Permaneció plantado en medio de la cocina, de nuevo convertido en la estatua de un Adonis, mirando con expresión ausente por las ventanas traseras. Luego, volvió a posar los ojos en mí y esbozó esa arrebatadora sonrisa suya.
-Creo que también tú deberías presentarme a tu padre.
-Ya te conoce - le recordé.
-Como tu novio quiero decir.
Le miré con gesto de sospecha.
-¿Por qué?
-¿No es ésa la costumbre? - preguntó inocentemente.
-Lo ignoro -admití. Mi historial de novios me ofrecía pocas referencias con las que trabajar, y ninguna de las reglas normales sobre salir con chicos venía al caso-. No es necesario, ya sabes. No espero que tú... Quiero decir, no tienes que fingir por mí.
Su sonrisa fue paciente.
-No estoy fingiendo.
Empujé el resto de los cereales a una esquina del cuenco mientras me mordía el labio.
-¿Vas a decirle a Charlie que soy tu novio o no? -quiso saber.
-¿Es eso lo que eres?
En mi fuero interno, me encogí ante la perspectiva de unir a Edward, Charlie y la palabra novio en la misma habitación y al mismo tiempo.
-Admito que es una interpretación libre, dada la connotación humana de la palabra.
-De hecho, tengo la impresión de que eres algo más -confesé clavando los ojos en la mesa.
-Bueno, no creo necesario darle todos los detalles morbosos -se estiró sobre la mesa y me levantó el mentón con un dedo frío y suave-. Pero vamos a necesitar una explicación de por qué merodeo tanto por aquí. No quiero que el jefe de policía Swan me imponga una orden de alejamiento.
-¿Estarás? -pregunté, repentinamente ansiosa-. ¿De veras vas a estar aquí?
-Tanto tiempo como tú me quieras -me aseguró.
-Te querré siempre -le avisé-. Para siempre.
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